Bajo el sol que acaricia las colinas y entre el verde intenso del campo veracruzano, en San Pablo Coapan, Naolinco, florece algo más que flores: florece una historia de esfuerzo, fe y amor por la tierra.
Todo comenzó el 14 de julio, con el primer puñado de semillas cayendo sobre la tierra húmeda. No había certezas, solo esperanza. Seferino Rosado y su familia sabían que cada semilla era una promesa, y que el sol, la lluvia y el tiempo harían el resto. Hoy, ese terreno se ha transformado en un manto dorado de más de 8 mil 500 girasoles que miran al cielo, siguiendo la luz que les da vida.
El camino no fue fácil. El campo exige paciencia y constancia, y cada día trajo su propio reto.
“Deben llevar un cuidado especial… cada quince días hay que foliarlos, darles agua, cuidarlos del frío, porque el frío los atrasa. El calor les ayuda mucho, necesitan al menos seis horas de sol diario”, cuenta Seferino, mientras observa con orgullo las flores que se alzan más altas que él.
Junto a su padre, Brandon Rosado Lozano, su hijo, aprendió el valor del trabajo. Entre jornadas de sol ardiente y manos llenas de tierra, fue testigo del milagro de la vida.
“Ayudé a limpiar el terreno, a quitar piedra, a sembrar la semilla, a fumigar, a abonar…”, recuerda con una sonrisa tímida. Cada tarea, por pequeña que fuera, fue un paso hacia lo que hoy se ha convertido en un sueño florecido.
Y es que este campo no solo ha llenado de color las colinas, también ha encendido la curiosidad y la alegría de quienes llegan a contemplarlo. Personas que buscan desconectarse del ruido y reencontrarse con lo esencial: la naturaleza.
Linda, una visitante que llegó con su familia, lo describe con los ojos llenos de asombro:
“Es bonito, es padre esa idea de convivir con el medio ambiente otra vez. Caminar entre las flores, ver abejas, sentir el aire… es increíble. Y sí, muchas fotos, eso queremos también”.
Entre risas, pasos y cámaras, el campo de girasoles se ha convertido en punto de encuentro, en paisaje de inspiración, en símbolo de lo que florece cuando se trabaja con el corazón.
Aquí, en San Pablo Coapan, los girasoles no solo crecen: cuentan una historia. La historia de una familia que miró hacia el horizonte, creyó en la tierra y decidió sembrar belleza.
Cuando el viento sopla, las flores se mecen como un mar dorado que respira esperanza. Y entre ellas, Seferino y Brandon saben que su esfuerzo valió la pena. Porque cada girasol que se alza hacia el sol es un recordatorio de que la vida, como la tierra, siempre recompensa a quien la cuida con amor
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